martes, 15 de junio de 2010

Movimientos literarios de principio del S.XX

1) ¿Qué es el novecentismo (generación del 14 o vanguardia) y quién acuñó su nombre?

Son las denominaciones genéricas de una estética principalmente literaria que agrupa a un conjunto de autores en su mayoría ensayistas, situados entre la Generación del 98 y la Generación del 27. El término novecentismo fue acuñado en catalán por Eugenio d'Ors como noucentisme. Los autores catalanes del noucentisme derivaban de la Renaixença pretendiendo elevar la cultura catalana a un nivel europeo. Buscaban la belleza y la perfección formal, con el gusto por palabras arcaicas, referencias clásicas y ritmos armónicos.Aunque no poseen conciencia de grupo, sí que comparten algunos rasgos coincidentes, entre los que destacan su elevada preparación intelectual (escriben libros doctrinales y ensayos); su europeísmo, que anteponen al castellanismo noventayochista; la obsesión constante por una obra «bien hecha», alejada de cualquier improvisación, y un gran cuidado de la forma


2) Principal poeta y obra genérica.

El principal poeta fue Juan Ramón Jiménez y su obra genérica fue ¨Diario de un poeta recién casado¨


3) ¿Qué son las vanguardias?¿De dónde viene su nombre?

En el terreno artístico, se ha llamado vanguardias históricas a una serie de movimientos artísticos de principios del siglo XX. Estos movimientos buscaban innovación en la producción artística; se destacaban por la renovación radical en la forma y el contenido; exploraban la relación entre arte y vida; y buscaban reinventar el arte confrontando movimientos artísticos
anteriores.
El término vanguardismo procede de la palabra francesa avant-garde, un término del léxico militar que designa a la parte más adelantada del ejército, la que confrontaría la «primera línea» de avanzada en exploración y combate.


4) Principales vanguardias literarias en España.

Gerardo Diego: Imagen y manual de espumas.
Federico García Lorca: Poeta en Nueva York
Rafael Alberti: Sobre los ángeles


5) ¿Por qué la fecha de 1927 para dar nombre a este grupo de poetas?

Porque ese año tuvo lugar el homenaje que se dio al poeta Luis de Góngora en el Ateneo de Sevilla.


6) Principales autores de la Generación del 27.

Los diez principales autores son Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados.


7) Influencias de la Guerra Civil en estos autores.

Durante la guerra y tras ella, la mayoría de los autores contrarios al régimen se exiliaron o fueron asesinados y encarcelados. Aquellos que eran afines al régimen empezaron a escribir poesía religiosa, etc.

jueves, 22 de abril de 2010

Comentario del texto: "El negro"

ANÁLISIS PRAGMÁTICO DEL TEXTO:

Contextualización: el texto tiene carácter independiente y el autor intenta mostrar la actitud de la sociedad europea ante los inmigrantes y la idea preconcebida que tenemos de ellos.
Localización: la historia tiene lugar en la actualidad, en el comedor de una universidad.

ANÁLISIS SEMÁNTICO DEL TEXTO:

Aspectos semánticos del texto

Tema: el rechazo a los extranjeros y el concepto idealizado que tenemos de ellos

Contenido: Una chica típicamente germana compra una bandeja de comida en el comedor de la universidad y cuando deja la bandeja en la mesa, se da cuenta de que se ha olvidado una cosa y vuelve a por ella. Cuando regresa, encuentra a un chico subsahariano comiendo de su bandeja.
Se sienta junto a él, le sonrie, y empieza a comer, pensando en cosas como que el pobre no tendrá dinero, o no sabrá del concepto de intimidad de los europeos, etc...
Cuando va a por un café, ve en una mesa vecina su chaqueta y su bandeja intacta, dándose cuenta de que se ha sentado en la mesa equivocada y ha confundido la situación.

Tipo de texto: Texto narrativo.


La estructura del texto

Estructura externa: el texto se divide en dos párrafos; uno en el que se narra la historia y otro de reflexión por parte de la autora.

Estructura interna: la estructura interna se corresponde con la externa.


ANÁLISIS VERBAL DEL TEXTO

Está escrita mayoritariamente en presente, para dar sensación al lector de que todo está ocurriendo ante sus ojos.

VALORACIÓN CRÍTICA DEL TEXTO

Estamos de acuerdo con lo que plantea el autor.
Creo que la chica alemana fue un poquito estúpida al confundirse de mesa, en que estaría pensado, la pobre muchacha.
Y anda que... mira que pensar que el muchacho subsahariano era retrasado o bárbaro... ella si que ha sido bárbara, obligando al pobre a compartir su bandeja sin querer, solo por mera educación y para no hacer que la joven alemana pase un mal rato.
Eso sí que es una muestra de respeto y educación.

Con respecto al modelo de escritura del texto, creo que ha usado las formas más adecuadas para transportar al lector al momento, y a las sensaciones que puedan sentir los personajes, especialmente la mujer.
El uso del presente es el mejor recurso para lograrlo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Indiferencia (Historias de un viaje en metro)

Vivo bastante lejos de mi universidad, así que, cada día, cojo el metro.
Son diez estaciones, y tengo que levantarme muy temprano para llegar a tiempo.
Como me levanto temprano, siempre tengo sueño, y algunas veces, me duermo en el trayecto.
Ta he aprendido ciertas normas básicas para ir en el tren, y sé que no debo quedarme dormido.
Para eso, llevo la música puesta en el mp3, y como medida de precaución, la cartera enganchada con una cadena al bolsillo, por si acaso.
Hoy hace calor, pues estamos casi en verano, y están a punto de terminar las clases.
Entras, las puertas se cierran, y te sientas en cualquier lado, o te quedas de pie, como prefieras… o como puedas.
Una tras otra, las estaciones van pasando, y ya voy por la tercera, sin cambios.
En el mp3, el sonido estruendoso de Bon Jovi.
Este sería un viaje más en metro.
Sería un viaje más si no hubiera mirado a mi alrededor y hubiera visto lo que he visto.
A tres pasos, justo al lado, un carterista afana lo que no es suyo a un incauto pasajero, que va durmiendo.
Le mete la mano en el bolsillo de los vaqueros, sin éxito.
Así que saca un cúter de su chaqueta y le hace dos cortes en los pantalones.
Por un momento, he sentido pánico, y he querido avisar al chico o hacer algo.
Pero luego he pensado: “¡Sí, ya, para que me rajen a mí o algo!”
Y me he quedado mirando.
El carterista no le ha tocado al hacerle los cortes, y gracias a Dios, el tipo no se ha despertado, mientras el amigo de lo ajeno saca con cuidado su botín.
La cartera iba petada de pelas, porque el chico al que le han robado era un niño bien, pero eso no hace más justo el crimen.
Nadie dice nada cuando el ladrón, tan tranquilo y con el cúter aún en la mano, se baja en la siguiente estación.
El chico se despierta dos estaciones más adelante, y se palpa las perneras, asustado, pero está intacto.
El ladrón no le ha hecho daño, pero se ha llevado todo su dinero.
De la sorpresa pasa al enfado, y levanta las manos, llamando la atención de todos los que vamos en el vagón, diciendo:
-¡Eh, que me han robado! ¿Alguien ha visto al ladrón? ¡Alguien ha tenido que verlo!
Miradas incómodas y silencio en el vagón.
Todos miramos a otro lado, y hacemos como si no le hubiéramos oído.
El tío está desesperado, y nos grita varias veces, hasta que alguien le llama la atención.
No puedo evitar mirarle a los ojos y encogerme de hombros, incapaz de hacer o decir algo.
Pero eso no le ayuda en nada a él, que se derrumba en su asiento, llevándose las manos a la cara, asustado.
Solo le sirve para saber que lo hemos visto, pero que no hemos tenido valor para ayudarle.
No estoy seguro desde aquí, pero creo que está llorando.
Se baja dos estaciones más allá, seguramente en busca de una comisaría para denunciar.
Una pena, los pantalones.
En la universidad, cuento a mis amigos lo que ha pasado, y todos coincidimos en que es una guarrada, y que esperamos que al tío lo cojan, pero se masca en el ambiente que todos (que no han criticado mi acción, o mejor dicho, mi no acción) se habrían quedado parados como yo.

Después, para volver a casa, como es natural, vuelvo a coger la misma línea de metro de todos los días, seguro de que no me va a pasar nada igual.
Entro, y lo mismo de siempre.
La voz metálica anunciando la estación, el ruido de unas chicas de mi edad hablando, música de fondo…
Es probablemente la sexta parada cuando una mujer embarazada, con un carrito y un niño pequeño, entra con bastantes dificultades al vagón, y busca desesperada un lugar dónde sentarse.
Se la ve cansada y me pongo a pensar en todo lo que habrá tenido que hacer ese día, todas las horas de pie que habrá pasado.
Imagino que ha ido a buscar al niño al colegio, que habrá hecho la compra y llevado el coche al taller porque la ha dejado tirada, y por eso coge el metro.
Lo sorprendente es que nadie, ni siquiera los señores mayores, que supuestamente son más educados que los jóvenes, le ceden un sitio.
Es como si la pobre mujer no existiera.
Así que me levanto, y le hago una seña para que se siente.
La mujer sonríe, agradecida, y en cierto modo aliviada, y yo siento como algo cálido y agradable me sube por la garganta.
La sensación del deber cumplido, el placer que se siente al ayudar a otros y hacerlos un poco más felices.
Pero mi trabajo no está completo.
Entretengo al niño con muecas extrañas y sonrisas, para que la pobre, que de cerca tiene ojeras y todo, pueda descansar.
Cuando me bajo en mi estación, la mujer me sonríe de nuevo y me da las gracias, y no puedo evitar devolverle la sonrisa y decirle que no pasa nada, que no tiene nada que agradecer.
Y lo digo de verdad.

Cuando llego a casa y les cuento a mis padres lo ocurrido, comentan asustados que “hice lo que tenía que hacer” y el típico “¿Ves? Ya te dije lo que pasa cuando te quedas dormido en el metro” no está ausente en la conversación.
Pero en mi interior, me siento un poco decepcionado con la reacción de mis padres.
Quizás esperaba de ellos una mayor defensa de la justicia, pero supongo que ellos han visto de todo, y creen que es mejor evitar ese tipo de problemas.
La cuestión aquí es que pienso como ellos, pero han una vocecita en mí que me dice que eso no debería ser así.
Esta noche no he dormido bien por eso, quedándome despierto por pensar si lo que hice está bien o está mal.
Y no he podido contestar a mis preguntas.


Ya es de día, y el sol luce radiante.
Y otra vez, como cada día, tengo que sumergirme en la oscuridad del metro.
Y me da por pensar.
En lo injusta que es la vida, en lo egoístas que somos, y en todo lo que va mal.
Me he quedado mirando a uno de esos músicos que pululan por los andenes del metro, con la típica funda a los pies.
Hay uno tocando el saxo increíblemente bien, pero nadie parece hacerle caso.
Música callejera, pero de calidad.
Para que luego nos dejemos las pelas en un concierto.
Estoy seguro de que siempre ha estado ahí, pero nunca me había parado a escucharle.
Y como yo, los demás, supongo.
Es más, en este instante sólo estoy yo escuchándole, cuando probablemente se esté marcando el mejor solo de su vida.
Resulta deprimente, para él y para mí.
Pero es aún más deprimente que no lleve ni un duro para echarle.
Así que le miro y me encojo de hombros, que es como arreglo yo todo.
Cuando ya me estoy girando para esperar mi tren, el músico ambulante va y me dice:
-No pongas esa cara tan larga, chaval. No pasa nada. La crisis del estudiante. Ya me darás cuando lleves algo.
Y encima me disculpa.
Eso me hace sentir aún más patético y me despido del músico con el ánimo más hundido que el Titanic.
Dentro del tren, ni siquiera me pongo los cascos, y escucho lo que hay a mi alrededor, buscando una chispa de inspiración, algo positivo en el ambiente.
Pero sólo escucho los anuncios de la radio.

Los colegas de la universidad me notan raro, y me preguntan qué me pasa, pero no sé qué contestarles.
Si les dijera que estoy rayado porque no llevaba pasta para echarle a un músico callejero, iban a pensar que estoy loco.
Pero entre las risas y el ambiente de la universidad, dejé de pensar.

Y vuelta a casa en el metro.
No me apetecía ponerme la música en el viaje de vuelta, así que me crucé de brazos, mirando por la oscura ventanilla las estaciones pasar.
Una vez en casa, decido contarle a mis padres lo del músico del saxo, pero apenas me prestan atención y me voy a la cama con cierto regusto amargo, y no porque me haya sentado mal la cena.

Y un día más, sin apenas haberme quitado las ojeras, me monto en el metro.
Y por primera vez en estos últimos días, no ocurre nada interesante.
Ningún ladrón, ninguna mujer especialmente cansada, ningún músico interesante.
Y yo que me había echado suelto al bolsillo por si acaso…
En la universidad, una lluvia de apuntes devueltos por quienes se los presté, y la mochila llena de vuelta a casa con ellos.
Pero lo más importante esa noche no iba a ser lo mucho que me pesara la espalda.
Tuve que quedarme un par de horas de más en la universidad, y como es natural, perdí mi tren.
Tuve que coger otra línea completamente desconocida, con una voz metálica diferente enumerando unas estaciones distintas.
No sé porqué, pero me siento un poco incómodo.
Es bastante tarde ya, y las personas que me rodean tienen una pinta peor que las de mi línea habitual.
Salvo una mujer relativamente joven leyendo el periódico y un cariacontecido hombre de negocios discutiendo por teléfono.
Me dispongo a intentar entender su conversación cuando otras voces irrumpen en mi mente.
-¿Qué coño crees que haces sentado en este tren, sudaca de mierda? Este tren es para los españoles, no para la basura extranjera como tú.
El interpelado, un hombre de unos treinta años, al parecer, de origen sudamericano, intentó no prestar atención a los gritos, insultos y empujones de un grupo de jóvenes que lo rodean, con vestimentas neonazis.
Por un momento, todos y cada uno de los que íbamos en el vagón nos quedamos mirándolos, pero bastó una mirada de odio por parte del más corpulento de todos para que bajáramos la mirada.
Yo sentía auténtico miedo y miraba por el rabillo del ojo la escena, temeroso de que me descubrieran.
-¿Es que no me has oído, extranjeruzo de los huevos? ¡Que nos vais a invadir, cabrones!
El hombre encontró fuerzas para replicar entre su miedo, y les pidió con toda educación que le dejaran en paz.
Pero eso solo sirvió para prender aún más la mecha en ellos, que cercaban más y más al extranjero.
-Esto no te pasaría si estuvieras en tu país, sudaca. No te aproveches de la generosidad de España, viniendo a quitarles el pan a los españoles. ¡¿Quién te ha dicho que te muevas, eh, panchito de los cojones?! ¡He dicho que no te muevas!
Pero el hombre se movió, y durante unos instantes que se me hicieron eternos, él y los skins forcejearon.
Fue tan solo un segundo, tan rápido como un pestañeo, lo que les costó a aquellos animales acabar para siempre con la vida de ese hombre.
Salieron del vagón a toda velocidad, levantando su puño al grito de ¡Viva España!, dejando tras de sí conmoción y muerte.
Estaba muerto.
Todos lo veíamos, todos lo sabíamos.
Todos contemplábamos la sangre salir a borbotones de su garganta.
Y sin embargo, nadie hacía nada.
Nadie hacía nada.
Yo ni siquiera era capaz de moverme.
Sólo miraba.
Yo sólo miraba.
Apenas pasaron unos segundos antes de darme cuenta de que nadie hacía ya lo mismo que yo.
El pánico hacía que desviaran la mirada, obviando lo evidente.
La señora que yo tenía enfrente había bajado la vista de nuevo a su periódico, que ahora temblaba ostensiblemente.
Tres asientos más allá, a su derecha, el hombre, con más o menos la edad de mi padre, atendía nuevamente su llamada.
A su interlocutor no le mencionó nada.
Todo parecía lo mismo, pero ya no era igual.
Tuve que esforzarme por recordar que debía respirar, mientras el mundo se me venía encima al ver morir a ese hombre, al pensar en él y en su familia, en lo que ya no podrían hacer juntos nunca más.
Nunca llegué a comprender cómo y cuándo llegó la policía, y no recuerdo si respondí o no a sus preguntas.
El nombre de aquel hombre asesinado por la violencia neofascista apareció en todos los periódicos y telediarios por un tiempo.
Pero a los tres días, ya no era más que otra historia en el baúl del racismo y la xenofobia.
Yo, en cambio, no pude dormir durante días.
Ésta es del tipo de cosas que marcan la vida de una persona irremediablemente.
Ya no volví a montar en metro.
Tenía demasiado miedo como para afrontar la realidad que en él se vive, en esa pequeña fracción de sociedad que se muestra allí con toda crudeza para el que sabe mirar.
Una realidad que todo el mundo ignora, y que convierte a la indiferencia en una corrosiva destructora de la justicia.
Puede que cerrar los ojos sea lo más fácil, pero no lo correcto.
Puede que algún día, tú seas el joven al que le roban mientras duerme, la mujer que no puede más en la jungla de la ciudad, o el músico que se ha obligado a mendigar con sus notas para poder llevarse algo a la boca.
Incluso, quizás, el hombre que murió por las ideas podridas y violentas de un grupo de jóvenes sin respeto ni moral, solo en medio de la gente.
El mal está en todas partes, devorándonos, engulléndonos y tragándonos, pero aunque parezca una estupidez demasiadas veces dicha, solo nosotros podemos intentar cambiarlo.
El que desvía la mirada, aprobando en cierto modo que las cosas sucedan, es tan culpable como el que las hace suceder.
La existencia es corta, así que no deberíamos empeñarnos en envilecerla hasta hacerla insoportable.
Los héroes no existen, solo son personas normales con voluntad para cambiar lo que les rodea.
Seamos héroes cada día.